El viejo ciruelo.

El viejo ciruelo de podadas ramas se cubre de brotes. Florece de pronto: una, dos flores se abren, luego tres, cuatro, cinco, innumerables. Su pureza es admirable y su perfume más allá de todo elogio. Cuando los pétalos caen, la primavera está cerca, la brisa sopla entre la hierba y los árboles. Los monjes, uno a uno, despiertan en su intimidad a su visión interior. De nuevo la borrasca y la tormenta traen un cambio brusco y el suelo se vuelve a cubrir de una espesa capa de nieve. Pero en su interior, el viejo ciruelo se mantiene en calma, en nada le afecta la tormenta. Tendo Nyojo, maestro zen, 1162-1228.