Oir el arroyo de la montaña.
Un maestro zen iba caminando en silencio con uno de sus discípulos por un sendero de montaña. Cuando llegaron a un viejo cedro, se sentaron a su sombra para comer un poco de arroz y verduras. después de comer, el discípulo, un monje joven que todavía no había encontrado la clave del misterio del zen, rompió el silencio preguntándole al maestro:
-Maestro, ¿como puedo entrar en el zen?
Estaba preguntando, por supuesto, cómo entrar en el estado de conciencia que es el zen.
El maestro permaneció callado durante varios minutos. Mientras, el discípulo, aguardaba ansioso una respuesta. Estaba a punto de hacer otra pregunta cuando el maestro habló de pronto:
-¿Oyes el sonido de aquel arroyo de montaña?
El discipulo no se había fijado en ningún arroyo. Había estado demasiado ocupado pensando en el significado del zen. Pero cuando se concentró en escuchar el sonido, su ruidosa mente se fué callando. Al princípio no oía nada. Después, su pensamiento dejó paso a un estado de alerta acentuada, y de pronto oyó el murmullo, apenas perceptible, de un arroyuelo lejano.
- Sí, ahora lo oigo- dijo.
El maestro levantó un dedo y, con una mirada en los ojos que, de algún modo, era a la vez amable y feroz, dijo:
-Entra al zen por ahí.
El discípulo quedó pasmado. Era su primer satori: un relámpago de iluminación. ¡Sabía lo que era el zen sin saber que era lo que sabía!
Continuaron su viaje en silencio. El discípulo estaba asombrado de la vitalidad del mundo que lo rodeaba. Lo experimentaba todo como si fuera la primera vez. Pero, poco a poco, empezó a pensar de nuevo. La quietud en alerta volvió a quedar tapada por el ruído mental y al poco rato tenía otra pregunta.
-Maestro -dijo- He estado pensando. ¿Que habrías dicho si yo no hubiera sido capaz de oír el arroyo de la montaña?
El maestro se detuvo, levantó el dedo y dijo:
-Entra al zen por ahí.
-Maestro, ¿como puedo entrar en el zen?
Estaba preguntando, por supuesto, cómo entrar en el estado de conciencia que es el zen.
El maestro permaneció callado durante varios minutos. Mientras, el discípulo, aguardaba ansioso una respuesta. Estaba a punto de hacer otra pregunta cuando el maestro habló de pronto:
-¿Oyes el sonido de aquel arroyo de montaña?
El discipulo no se había fijado en ningún arroyo. Había estado demasiado ocupado pensando en el significado del zen. Pero cuando se concentró en escuchar el sonido, su ruidosa mente se fué callando. Al princípio no oía nada. Después, su pensamiento dejó paso a un estado de alerta acentuada, y de pronto oyó el murmullo, apenas perceptible, de un arroyuelo lejano.
- Sí, ahora lo oigo- dijo.
El maestro levantó un dedo y, con una mirada en los ojos que, de algún modo, era a la vez amable y feroz, dijo:
-Entra al zen por ahí.
El discípulo quedó pasmado. Era su primer satori: un relámpago de iluminación. ¡Sabía lo que era el zen sin saber que era lo que sabía!
Continuaron su viaje en silencio. El discípulo estaba asombrado de la vitalidad del mundo que lo rodeaba. Lo experimentaba todo como si fuera la primera vez. Pero, poco a poco, empezó a pensar de nuevo. La quietud en alerta volvió a quedar tapada por el ruído mental y al poco rato tenía otra pregunta.
-Maestro -dijo- He estado pensando. ¿Que habrías dicho si yo no hubiera sido capaz de oír el arroyo de la montaña?
El maestro se detuvo, levantó el dedo y dijo:
-Entra al zen por ahí.
¡Que razón tenía ese maestro!
ResponderEliminar¡Qué de espaldas vivimos, no ya a los pequeños detalles, si no a toda la vida, ientras nuetras mente se entretiene con chorradas!
Un abrazo Angel
__/\__
Así es, Unsui. Pequeños cuentos, pero con una gran enseñanza.
ResponderEliminarUn abrazo.
_/\_
Me ha puesto la piel de gallina este cuento Angel...
ResponderEliminarPura esencia...
I shin den shin!
¡Qué hermosa historia!
ResponderEliminarGracias por esta flor casi sanjuanera.
Antonio
Muchas gracias, Gorka. Me alegra te haya gustado. A mi, como aprendiz zen, tambien me parece hermosa y profunda.
ResponderEliminarGasshô.
ANGEL.
Amigo Antonio: ¡Que se puede decir!
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
ANGEL