El arte de todos los maestros está en juzgar al otro no por lo que puede o dice, sino por la medida y calidad de sosiego que irradia, por el equilibrio y orden interno, por el rango y el estadio interno en que se encuentra. La persona madura respira quietud; la aspira y expira. La persona, que irradia quietud por estar abierta a la unidad, revela su fondo original, lleno de vida, como una fuerza formadora y redentora. Actúa clarificando, ordenando y curando, "sin hacer nada". Da forma y libera, partiendo simplemente de su misma esencia. Al final de este desarrollo no surge la personalidad formada, que encarna, como un todo encerrado en sí mismo, un cosmos de valores y órdenes fijas, sino más bien una persona totalmente transparente, a través de la cual se manifiesta el sentido de la vida en una interminable transformación del mundo, confirmando inconscientemente la ley de la unidad al formar o liberar, según lo exija el momento. Japón y la cultura de la quietud. Karlfried